Supervivientes

TRAS votar en las autonómicas, a los gallegos se nos riñó muchísimo. El PP había renovado su mayoría. ¡Así nos los comiésemos con patatas! Confieso el despiste de aquellos días: los reproches venían de Madrid. Un gallego abochornado llegó a darse de baja de Galicia y se empadronó en otro lado. Sus compatriotas le avergonzaban. Era una enmienda a la totalidad del votante, por estúpido. Era una impugnación a la democracia: «¡Aquí alguien ha votado!» Se lo hice llegar al líder nacionalista, Guillerme Vázquez, por si tenía autoridad con el descarriado. Vázquez es flemático, alto y camina como un edificio a punto de derrumbarse. Se agachó y me dijo: «Non se pode ser o que un non é». Pero todo aquello me dejaba sensaciones burguesas. Impelido por el orgullo, descubrí algo: a mí sí me representaban. Feijóo, Rajoy. Con ser parte del sistema yo los había elegido. Y no conocía un sistema mejor. También les había permitido cobrar de mi dinero, en esa frase virtuosa empleada como argumento de autoridad. Por eso entiendo a los italianos, siendo su historia más extravagante; siendo su historia, en fin, más italiana. A veces veo a mis compatriotas riñéndoles por lo que han votado y pienso si estos italianos no estarán cobrando también de nuestros impuestos. Leo a Grillo entrevistado por Irene Hernández Velasco bajo una foto en la que se ve le chillando, y pienso que no hay foto en la que él no salga con la boca abierta dirigiendo el dedo a alguna parte. No votaré nunca a un señor que me puede interrumpir la siesta, no digamos ya si es para pedirme que me vaya a la revolución. Pero Grillo tiene tanta legitimidad como cualquiera, y exhibe mejor que nadie el estado de exaltación y hastío que otros que no son Grillo han provocado. En Italia gobernó Berlusconi, luego un administrador concursal y ahora es natural que a los dos se sume un proclamado antipolítico. No votan como estúpidos los italianos. Votan como supervivientes.